Alejandrina de Prusia, la princesa que ayudó a romper los estigmas de la realeza en el siglo XX
Síndrome de Down- Nació con síndrome de Down en una época en la que se imponía la eugenesia.
- A pesar de las adversidades, su familia hizo todo para protegerla y que viviera una vida plena.
Alejandrina de Prusia, la heredera a la que nunca ocultaron. Foto: Downtv.org.
En 1915, con la Primera Guerra Mundial en curso y con el imperio Alemán cada vez más inestable, nacía en Berlín una princesa que llegaba para romper una regla implícita en la realeza europea: no ser escondida.
Alejandrina Irene de Prusia llegó al mundo con síndrome de Down, era extraño este diagnostico porque no había antecedentes familiares pero hubo algo más raro: que su familia quería mostrarla.
En una época en la que tener un hijo con discapacidad era motivo de vergüenza, y por eso se los ocultaba, Alejandrina apareció desde pequeña en retratos familiares y eventos públicos.
Era Adini, como la llamaba su familia, una princesa aceptada por su familia, que eligió romper con los prejuicios.
Esta decisión fue tomada por su madre, Cecilia de Mecklemburgo-Schwerin, quien se plantó en contra de la idea impuesta de encerrar o internar a los hijos con discapacidades.
Ella eligió lo contrario. Criar a su hija con amor, dignidad y educación formal, incluso cuando esto iba en contra de las prácticas históricas de la realeza.
Alejandrina nació el 7 de abril de 1915, en el Palacio de Kronprinzen, en Berlín. Era la hija del príncipe heredero Guillermo y Cecilia, y la primera niña después de cuatro varones.
Su familia era el parte del núcleo de la aristocracia europea: su padre era heredero directo del emperador alemán y su madre tenia parientes en la nobleza rusa.
Aunque fuera de lo común, la familia nunca dudo en integrar a Adini, no excluirla. Fue criada junto a sus hermanos en Potsdam, con niñera, actividades recreativas y presencia constante de la familia extensa.
Mientras en otras familias, reales o no, escondían a los hijos considerados "no aptos", Alejandrina aparecía en fotos navideñas, retratos familiares y eventos públicos.
Y no solo eso. También recibió educación formal. Entre 1932 y 1934 asistió a la Trüpersche Sonderschule -una institución pionera en la educación de niños con discapacidades en Alemania-. Allí aprendió a leer, a realizar trabajos manuales y actividades artísticas.
En 1934 fue confirmada en la fe luterana junto a su hermana menor, Cecilia, que nació en 1917. Otra demostración pública de que no había "tratos especiales" que la hicieran a un lado.
La adolescencia de Alejandrina coincidió con una transformación radical del país. En 1918 cayó el imperio, su familia perdió su rol político y adoptó una vida más privada.
Lo peor vino después, con la llegada del nazismo. Las personas con discapacidad pasaron de ser "invisibles" a ser uno de los blancos de captura. El régimen impulsó programas de exterminio como Aktion T4, que buscaban eliminar sistemáticamente a personas consideradas "imperfectas".
La familia estaba al tanto de esto y actuó. En 1936, Alejandrina fue trasladada a Baviera, lejos de Berlín y de los circuitos oficiales de poder. Fue una mudanza discreta pero rápida. Encontró refugio cerca del lago Starnberg, donde vivió con rutinas tranquilas, fuera de la zona donde la Gestapo pudiera encontrarla.
Su escape no fue suerte, la familia utilizó su apellido como herramienta para mantenerla a salvo. El nombre Hohenzollern funcionó como una barrera diplomática contra inspecciones medicas y controles estatales.
Miles de personas estaban siendo perseguidas y exterminadas mientras que Alejandrina tuvo el sostén de su familia, que se preocupo por crear un espacio seguro donde ella pudiera sobrevivir.
Después de la Segunda Guerra Mundial, su vida pudo estabilizarse definitivamente. Vivió con su madre hasta 1954 y después se independizó a una casa cerca del lago Starnberg, con ayuda doméstica y contacto constante con sus hermanos, que estaban distribuidos por Europa.
Nunca fue una princesa encerrada, aún cuando la familia ya no era parte de la nobleza. Recibía cartas, paquetes y visitas.
Con el tiempo aparecieron complicaciones medicas frecuentes en personas con síndrome de Down -como cardíacas y auditivas-, pero se mantuvo activa: era anfitriona de reuniones familiares, tenía su hobby de jardinería y bordaba.
Alejandrina falleció el 2 de octubre de 1980, a los 65 años. Fue enterrada en el castillo de Hohenzollern, junto a sus padres y hermanos.