Un matecito por favor

Pasiones argentinas

Un ritual básico e irreemplazable.

Hace unas semanas intenté explicarle a una amiga chilena qué significaba tomar mate. No qué gusto tenía como se puede hablar del café o del exprimido de naranja, sino qué significaba. Y no resultó fácil mi tarea, porque con una mano en el corazón, ¿qué significa?

Es la bebida sin alcohol que más se consume en el país pero, en rigor de verdad, no es correcto decir que el mate es una bebida. Dar una explicación así es empezar mal. Lo primero que habría que aclarar es que es un ritual básico e irreemplazable. Si alguien dice: ¿Tomamos unos mates?, por un instante reinará la calma. La persona acabó de pronunciar palabras mágicas, la pregunta capaz de abrir un paréntesis en el tiempo. Puede que exagere, pero me gustaría decir que el mate es un tipo de meditación argentina: te saca de un estado y te lleva a otro.

Está claro que nada de esto le dije a mi amiga chilena, quien un día, estando ella en Argentina, llegó al bar donde habíamos quedado y apoyó un termo de plástico sobre la mesa. ¿Qué es esto?, dijo extrañada. Miramos el objeto de plástico envuelto en plástico y después la miramos a ella. ¿Cómo qué es? Es un termo para tomar mate. Y enseguida le explicamos que nadie usaba ese termo para tomar mate, que se había inventado para los viajes en auto. Mejor dicho, para los que se olvidaban de llevar el equipo de mate cuando salían de viaje. Ella seguía sin entender, todo era cada vez más confuso.

Recuerdo en mi adolescencia cuando vivía con amigas y una de ellas se encolerizaba cada vez que me veía lavar el mate de calabaza con esponja y detergente. ¡El mate no se lava, se enjuaga! Mi familia nunca había sido matera y yo estaba dando los primeros pasos, había cosas que no entendía. No sabía prepararlo, me incomodaba cuando alguien me pedía que cebara, no tenía idea qué yerba usar, si me gustaba dulce, amargo. Saberes que llegan con el tiempo.

Hay un lenguaje alrededor del mate. Dejar descansar la yerba. Airearlo, arreglarlo. Que el agua no hierva. Que no se lave. Acariciarle el culo si la bombilla se tapa. Decir gracias con un tono cuando no querés tomar más, con otro cuando alguien te convida el primero de la mañana. “Necesito un mate”. “Sin un mate no arranco”. “¿Quién trajo mate?”. El ritual nos acompaña a donde vayamos.

Hace poco viajé a Chile. “Trae bombilla, acá hay yerba y el termo que compré en Buenos Aires”, dijo mi amiga. Pero yo preferí cebar con pava. Una mañana, salí apurada y dejé en la cocina lo que había usado. Cuando llegamos por la tarde, ella miró sobre la mesada y dijo alegre: Ay, ¡el mate! Observé la imagen, la bombilla clavada en la yerba húmeda, la pava sobre el repasador doblado en cuatro partes. Ahí estaba, del otro lado de la cordillera, el significado de mate. Miré a mi amiga y sonreí. Esos pocos objetos tenían la contundencia de una liturgia cotidiana.