Fuerzas Armadas fieles a la Constitución

Daniel Roldán

Un día como hoy, hace treinta y cinco años, se producía un punto de inflexión en nuestra vida política: la represión del último levantamiento militar. Atrás quedaron definitivamente seis golpes militares del siglo pasado, me constan personalmente los cuatro últimos (1955-´62-´66 y´76) y muchas de las decenas de chirinadas; a las que no fueron ajenos sectores políticos, empresariales, sindicales y religiosos, entre otros.

Sobre esto, en 1985 el presidente Raúl Alfonsín dijo: “Los golpes de Estado han sido siempre cívico-militares. La responsabilidad indudablemente militar de su aspecto operativo no debe hacernos olvidar la pesada responsabilidad civil de su programación y alimentación ideológica. El golpe ha reflejado siempre una pérdida del sentido jurídico de la sociedad y no solo una pérdida del sentido jurídico de los militares” .

El 3 de diciembre de 1990, una rebelión denominada “Operación Virgen de Luján” se materializó en siete focos: Regimiento de Tanques 6 (Concordia- Entre Ríos), Regimiento de Tanques 2 (Olavarría- Bs.As.), Regimiento de Tanques 1 (Villaguay- Entre Ríos), Batallón de Intendencia 601 (El Palomar- Bs. As 601), Fábrica de tanques TAMSE (Boulogne- Bs. As.), Regimiento de Infantería 1” Patricios” y la sede del Estado Mayor General del Ejército (Edificio Libertador).

Esto último impuso que con el Jefe del Ejército, general Martín Bonnet, instaláramos nuestro Puesto de Comando en el Regimiento de Granaderos a Caballo en Palermo. Yo era, por entonces, subjefe de la Fuerza. La insurrección se inició en las primeras horas de la madrugada con el asesinato, en el Regimiento de Patricios, del teniente coronel Hernán Carlos Pita- que recibió un tiro de gracia en la cabeza a menos de 30 centímetros- y el mayor Federico Pedernera.

Apreciamos de inmediato que algunos políticos ligados al oficialismo podrían buscar pactar con los amotinados, como ocurriera en el primer levantamiento de Seineldín en Villa Martelli (Operación Virgen del Valle, 2/4 de diciembre 1988), en el que el entonces jefe el Ejército, general José D. Caridi, neutralizó cualquier represión, y expresó a los generales “que había que deponer antagonismos y que se cumplirían los acuerdos”. No precisó cuáles eran. Ello deterioró la capacidad de acción del presidente Alfonsín y abrió la puerta para que ocurriera una próxima crisis.

Lo que el 3 de diciembre del ‘90 los rebeldes no conocían era que en horas de la mañana habíamos informado telefónicamente de la situación al presidente Carlos Menem, quien precisó: “no pactaré con nadie, hagan lo que tienen que hacer, tienen todo mi apoyo”. No impartió, ni él ni el ministro de Defensa, Humberto Romero, ninguna orden formal.

Al anochecer se les informó de la rendición incondicional de los siete focos citados y de miles de sediciosos detenidos. En las operaciones hubo cooperación de la Fuerza Aérea realizando algunos sobrevuelos rasantes intimidatorios; el objetivo era evitar bajas pero demostrar firmeza. Hubo catorce muertos, más de cien heridos y algunos mutilados; dos prófugos huyeron a Croacia y se incorporaron como mercenarios al ejército de ese país.

Más de ciento cincuenta rebeldes habían sido indultados por las rebeliones anteriores en octubre de 1989 (Decreto del PEN 1004/89). El entonces coronel Mohamed Alí Seineldín no participó en las operaciones por permanecer en San Martín de los Andes cumpliendo una sanción disciplinaria impuesta por el Ejército una semana antes.

En mi opinión fue un hecho bastante improvisado, carente de líderes y por lo tanto más peligroso, cruento, desviadamente ideologizado, anárquicamente conducido, y que jamás apreciaron la reacción de una fuerza cohesionada, disciplinada, decidida y profesionalmente conducida en los distintos niveles y comprometida con el orden constitucional.

La Comisión Episcopal Argentina condenó el uso de símbolos religiosos y “su invocación temeraria realizada para amparar acciones injustificables”. Rodolfo Terragno dijo que “el alzamiento muestra que cuando se indulta, se refuerza la imagen de impunidad”. El entonces presidente Menem manifestó: “Se acabaron los ´carapintadas´ (…) Se acabó esta payasada (…) Se acabó el camello (…) Esto fue un intento de golpe de Estado. Es una locura de un grupo de individuos que se consideraron un tanto mesiánicos”. Siempre es peligroso mezclar lo político, lo ideológico, lo partidista y lo religioso.

Se ha dicho en numerosas oportunidades que Menem completó la definitiva subordinación de los Fuerzas Armadas al poder civil. No podría haberlo hecho sin la acción determinante del Ejército en el marco de las otras Fuerzas, y de todas las jerarquías que evidenciaron un compromiso con el orden constitucional que no se había visto hasta entonces, y sigue vigente. Siempre recuerdo una frase del presidente Juan D. Perón que leí en 1955, siendo cadete en el Colegio Militar: “Las Fuerzas Armadas son la síntesis del pueblo. No pertenecen a un determinado partido o sector, ni pueden servir de instrumento a la ambición de nadie. Pertenecen a la Patria, que es el lugar común, y a ella se deben por entero”.