La defensa nacional, una asignatura pendiente

Daniel Roldán

La reciente discusión ante la designación de un ministro de defensa de origen militar volvió a exponer posiciones encontradas de un dilema no resuelto: la defensa nacional continúa siendo la gran ausente desde 1983.

Durante cuatro décadas, el país consolidó un concepto distorsionado y estigmatizante —el mal entendido “control civil de las FFAA”— que ocupó el espacio donde debía asentarse una conducción política y estratégica fruto de un consenso democrático. El resultado fue un esquema marcado por sesgos ideológicos y de disciplinamiento institucional. En el mejor de los casos se logró una conducción política de las FFAA, pero no de la defensa nacional en sentido estratégico y geopolítico. El déficit es profundo y estructural.

La consecuencia fue clara: la defensa nunca llegó a constituirse como política pública estratégica. Gobiernos de distinto signo coincidieron en relegarla a un plano secundario, limitándola a gestiones presupuestarias asfixiantes, reformas simbólicas y decisiones aisladas, sin inserción en un proyecto geopolítico nacional. Se preservó la subordinación institucional, pero se abandonó la conducción estratégica.

Así, durante más de cuarenta años la Argentina careció de una dirección política capaz de orientar sus esfuerzos hacia los intereses estratégicos de la Nación. La defensa no se integró a la política exterior, no se articuló con desafíos de corto, mediano y largo plazo ni se coordinó multisectorialmente con el resto del Estado.

El problema no fue sólo presupuestario, también conceptual. Se priorizó evitar que las Fuerzas Armadas recuperaran peso político, pero nadie trabajó para que volvieran a tener peso estratégico. Se avanzó en controles, pero no en concepciones estratégicas, diseños ni adquisiciones de capacidades sistémicas acordes a nuestros entornos.

Se insistió en lecturas ideológicas del pasado, sin construir una visión de futuro. Incluso se intentó erosionar valores, tradiciones, códigos éticos y prácticas profesionales que conforman el ethos militar, mellando lo más preciado, sus recursos humanos. Pese a todo ello, el esfuerzo silencioso de hombres y mujeres, aun en la adversidad, sostuvo una conducta y profesionalización que ubicaron a las FFAA entre las instituciones más confiables del país.

Hubo avances puntuales —la reglamentación de la Ley de Defensa, el planeamiento por capacidades, el FONDEF, mejoras administrativas— pero nunca formaron parte de una política sostenida. Fueron excepciones dentro de un sistema caracterizado por discontinuidad, sesgos, falta de consensos y ausencia de brújula estratégica. Se planificó poco, se ejecutó menos y casi nunca se entendió a la defensa como herramienta para proyectar intereses nacionales.

El costo de esta deriva es evidente. El país enfrenta un contexto internacional más competitivo, atravesado por avances tecnológicos disruptivos, la irrupción de la IA, una posible inminente demanda de fuerzas de estabilización, un Atlántico Sur de creciente relevancia con un conflicto abierto, una Antártida que se acentúa como futuro espacio geopolítico en disputa y una matriz energética, agroindustrial, minera y marítima que exige protección. Todo ello en un territorio vasto donde espacios y conectores estratégicos requieren una efectiva vigilancia y control interagencial. Sin embargo, el instrumento militar llega degradado, desfinanciado, con escaso entrenamiento y disociado de sus metas.

La conducción estratégica de la defensa no es un ejercicio académico ni una agenda para especialistas: es condición básica para proteger soberanía, recursos y futuro. Sin una concepción sólida, multisectorial y alineada con la política exterior, la Argentina seguirá ausente de los debates que moldean la arquitectura del siglo XXI, dejando vacíos que otros actores ocuparán.

Es tiempo de abandonar narrativas proselitistas vacías y la idea del “control civil” como fin en sí mismo, reemplazándolas por una conducción política con perspectiva estratégica, ejercida por hombres con visión, ética y capacidad, sin importar su origen. La democracia ya pagó el costo de un sistema de defensa sin rumbo.

La Argentina necesita una defensa nacional concebida como política de Estado: autónoma, actualizada, profesional y orientada a los intereses significativos del país. Se trata de recuperar una herramienta indispensable para cualquier nación que aspire a un proyecto propio en un mundo crecientemente desafiante, para ello se necesita de los mejores, provengan de donde provengan. w