Aún estamos aquí
Pasiones argentinas
Jorge Luis Borges. "La meta es el olvido, yo he llegado antes", dice uno de sus poemas.
Uno cumple años a cada rato, hasta que un día no cumple más, al menos en vida. Luego la gente que va quedando te recuerda por alguna anécdota notable, algo que hiciste que sobrepasó los anales del tiempo, de tu tiempo. No hay nadie, por muy humilde que sea, que no haya hecho algo que guarde sus recuerdos entre sus seres cercanos, esos que nos conocieron. La meta es el olvido, yo he llegado antes, dice un poema de Borges llamado “A un poeta menor en la antología”. Borges lo dijo casi todo, por eso va a ser difícil olvidarlo, como Martí, que dijo aquello tan bello que cantamos hace unos días en el cumpleaños de una amiga: El arroyo de la sierra me complace más que el mar, o ese otro poeta llamado Maradona que dijo con gran acierto: A ese se le escapó la tortuga.
Todos tenemos en nuestras familias recuerdos de frases, de gestos indelebles, de miradas que el tiempo no va a borrar mientras existamos. Son instantes sagrados, como cuando reconocimos por primera vez entre tanta gente la cara de nuestra madre, cuando vimos que ese objeto redondo y con pelos que se acercaba sonriente a decirnos cosas era el ser más cercano a nosotros: mamá. Dicen que ese es tal vez el recuerdo más importante de nuestra vida y que cuando ya estamos a punto de irnos de este plano lo recordamos, la volvemos a ver cuando era una joven mujer y nosotros volvemos a ser el bebé aquel que ya no somos.
Me moriré en París con aguacero sabía el gran poeta César Vallejo, lo dijo y se le cumplió, no le pasó como a tantos de nosotros que vivimos signados por la angustia y casi nunca morimos de lo que pensamos, por lo general siempre nos lleva otra cosa. Hablar de la muerte nos hace amar la vida, esa es una hermosa verdad. Este es un mundo en que cada vez más le tememos a esa palabra: “muerte”. A pesar de que está en todas partes, no nos queremos morir, al menos nosotros no. Hay que llegar vivo al 2030 para escapar a la certidumbre de la desaparición física, dijo cierto científico o filósofo, o sea, la inmortalidad nos la presentan ahora como una especie de premio de lotería garantizada por la IA y por los avances de la genética. Resulta un poquito curioso porque si te mueres, digamos en diciembre del 2029, puedes pensar mientras agonizas: Estuve a puntito de salvarme para siempre y seguir compartiendo cosas en Instagram.
¿Cómo será el universo cuando ya no estemos? ¿Habrá un efecto mariposa que provocará ese vacío eterno al que le tememos? Nadie lo sabe, nadie sabe si los demás existen o solo están ahí como emanaciones de nuestra mente o como parte de un experimento. Por tanto, hay que disfrutar de la vida y más cuando llega el calor y podemos dejar “los pesados abrigos” que nos protegen en invierno y sentarnos con amigos en plazas o a la orilla del río a disfrutar de un mate y a respirar a nuestras anchas o a nuestras maneras porque hasta para respirar hay cursos y métodos que desconocemos.