10 claves de la caída de la natalidad: ¿un camino al abismo o una oportunidad?
Informe especial
Crianza, hijos, padres, madres. Foto: ilustración Shutterstock.
En casi todos los países hay una fuerte caída en los nacimientos y un progresivo envejecimiento poblacional. En Argentina, la tasa de fecundidad cayó un 43% en la última década. La situación plantea dilemas y las respuestas que se vislumbran son diversas e incluso antagónicas. Hay quienes consideran la transición demográfica como el camino hacia el abismo mientras otros ven una ventana llena de posibilidades.
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La baja de la natalidad es parte de un proceso conocido como la “transición demográfica”, que comenzó a finales del siglo XVIII, cuando en promedio las mujeres tenían unos siete hijos. La modernización de las sociedades, con más urbanización, desarrollo de mercados de trabajo asalariados, avances en equidad de género y derechos de los niños entre otros efectos llevó a que las familias prefieran tener menos hijos.
Si bien hay personas que deciden no tener hijos, también están quienes se sienten privados de la posibilidad de tenerlos o tener la cantidad que desean, como lo describe el informe "Estado de la Población Mundial 2025" del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), "La verdadera crisis de fecundidad: Alcanzar la libertad reproductiva en un mundo de cambios".
En 2024 la tasa global de fecundidad fue de 2,2 hijos por mujer en promedio y se proyecta que se reducirá al nivel de reemplazo de 2,1 para 2050. En más de la mitad de todos los países y zonas, con más de dos tercios de la población mundial, el nivel de fecundidad es inferior a 2,1 nacimientos por mujer. Este grupo abarca todas las regiones y niveles de ingreso, e incluye a algunas de las naciones más pobladas del mundo, como India, China, Estados Unidos, Brasil y la Federación Rusa.
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En Argentina, el descenso comenzó a finales del siglo XIX, muy vinculado con la inmigración europea (que traía sus pautas de comportamiento reproductivo). A diferencia de otros países, la tendencia en Argentina fue más “accidentada”, con avances y retrocesos. Así, hubo una baja importante hasta 1950, después se estabilizó hasta los años 80, cuando comenzó a bajar de vuelta. En los primeros años de los 2000 volvió a perder impulso y desde el 2014 se produjo el descenso más fuerte de la historia.
En 2023 se registraron 460.902 nacidos vivos, un 35% menos que en 2000. Actualmente, la tasa se sitúa en torno a 1,4 hijos por mujer, por debajo del nivel de reemplazo poblacional (2,1), impulsada en gran medida por la reducción de más del 60% en la fecundidad adolescente durante la última década.
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La baja de la natalidad en Argentina responde a factores interrelacionados. Por un lado, se asocia a cambios sociales y culturales vinculados a mayores niveles educativos, inserción laboral femenina y nuevas preferencias respecto a la maternidad y la paternidad. También influyen los avances en salud sexual y reproductiva, que ampliaron el acceso a métodos anticonceptivos modernos y fortalecieron la capacidad de decisión sobre la reproducción. Ellos dan cuenta de la creciente autonomía de las personas sobre su salud reproductiva y proyectos de vida. Pero también está relacionada con el costo de vida, la inseguridad laboral, el reparto desigual de las tareas de cuidado, la incertidumbre sobre el futuro, motivos de salud y la falta de una pareja adecuada, lo que genera una brecha entre el deseo y la posibilidad de planificar la maternidad y paternidad.
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El cambio en la vida cotidiana es muy visible. Cada año, en Argentina hay unas 80.000 adolescentes que hasta hace poco hubiesen abandonado sus estudios (o terminado, pero en condiciones muy difíciles) por un embarazo y que ahora tienen oportunidades de completar su educación e iniciar trayectorias laborales de calidad. También se ve en las escuelas: hay menos niños ingresando en la educación inicial y primaria, lo que implica fuertes cambios en la organización escolar. La población envejece gradualmente, y eso tiene impactos de mediano plazo.
A medida que hay menos nacimientos, la base de la pirámide poblacional se hace más estrecha y se va ensanchando la parte media primero y la cúspide hacia el final, lo que habla del proceso de envejecimiento de la población. Esto se traduce en familias más pequeñas y una demanda creciente de servicios para personas mayores, lo que obliga a repensar los cuidados, la organización familiar y las prioridades del Estado. A su vez, tiene su impacto económico, porque las próximas generaciones tendrán menos personas en edad de trabajar y muchos más adultos mayores para mantener, lo que tensiona los sistemas de salud, seguridad social y cuidados.
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Lo que hay son desafíos que se deben atender. Por ejemplo, el sistema de salud estará sometido a una presión creciente, porque una población más vieja implica atender enfermedades más complejas y costosas de tratar. Otro caso es el sistema previsional, que va a tener cada vez más dificultades si no se adaptan las reglas a la nueva realidad.
Estos desafíos y tensiones deben ser atendidos desde las políticas públicas. En Argentina, la baja natalidad y el envejecimiento poblacional conviven con otras dinámicas —como la desigualdad territorial, las brechas de acceso y la heterogeneidad social— que demandan respuestas diferenciadas.
Más que una crisis, la transición demográfica es una oportunidad para anticipar cambios estructurales y fortalecer la protección social, el empleo y los cuidados, de modo que todas las personas puedan ejercer plenamente sus derechos a lo largo del ciclo de vida.
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La principal es que más parejas están teniendo las familias que quieren y no las que “les tocó” o “debían tener”. Pero además hay algunas oportunidades clave. La más importante es en educación: por primera vez las autoridades no tienen que ocuparse de contratar más docentes y construir más escuelas porque cada año hay más niños ingresando. Ahora hay menos, y eso implica que se puede repensar el sistema, invertir mejor y más estratégicamente para mejorar los resultados educativos.
La disminución de la fecundidad adolescente es un muy buen dato. Esto permite a las niñas y adolescentes terminar la escuela, acceder a mejores trabajos y tomar decisiones libres sobre su maternidad futura. La reducción en la cantidad de estudiantes puede ser una oportunidad. Con menos chicos, se puede invertir más para mejorar la calidad de su educación, con mayor infraestructura, aulas adaptadas, docentes mejor preparados y una enseñanza más personalizada.
A su vez, el envejecimiento poblacional promueve la "economía plateada": impulsa sectores como la salud, el turismo senior y los servicios personalizados, mientras que surgen oportunidades para innovar en cuidados, vivienda y productos adaptados a personas mayores.
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Algunos países están tratando de revertir la tendencia, lo que es un error porque es muy difícil de lograr y lo poco que se logra es gracias a dificultarle a las mujeres más vulnerables el control de su fecundidad. En cambio, es posible (y muchos países lo están haciendo) hacerle la vida más fácil a quienes quieren tener hijos, con sistemas de licencias laborales y cuidados.
Desde UNFPA se sugiere el impulso de soluciones basadas en derechos y la resiliencia demográfica, como el apoyo integral: invertir en políticas de acceso a la vivienda, trabajo de calidad especialmente para las mujeres y las madres, licencias familiares remuneradas y sistemas de cuidado; la atención de la fertilidad: asegurar el acceso a servicios de fertilidad asequibles; la no coerción: no promover políticas que limiten la libertad reproductiva, ya que son contraproducentes.
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Hay muchas políticas públicas que deben ser adaptadas a esta nueva realidad, para aprovechar oportunidades y resolver desafíos. Esto incluye salud, educación, previsional, vivienda, cuidados, transporte. No se puede esperar que estrategias pensadas en 1950 funcionen bien en 2050.
Es importante pensar en el desarrollo más que en la cantidad de hijos, lo que implica disminuir la pobreza y desarrollar políticas inclusivas. De nada sirve que haya más niños si esos niños viven en contextos de pobreza. No hay un modelo perfecto, sí es clave brindar un apoyo real que genere las condiciones necesarias para que las personas puedan tener la cantidad de hijos que deseen. Cuando se respetan los derechos y las elecciones individuales, tanto las personas como las sociedades se benefician.
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Argentina está transitando lo que se conoce como el “Bono demográfico”. Es un período en el que disminuye la cantidad de niños y aún no aumenta muy rápido la de adultos mayores, con lo que la proporción de adultos en edad de trabajar está aumentando. Esto quiere decir que es posible aumentar la riqueza de la sociedad, preparándola para un futuro con más envejecimiento.
A pesar de la baja en la Tasa Global de Fecundidad, Argentina aún puede aprovechar el bono demográfico. Esta es la oportunidad que se presenta cuando la proporción de personas en edad de trabajar (15 a 64 años) es mayor que la de personas dependientes. Para capitalizarla, es fundamental la inversión en salud, educación, empleo y políticas de igualdad. Es clave comprender la situación de la población y generar las adaptaciones que lo consideren para que se puedan aprovechar oportunidades y mitigar el impacto negativo que se pueda generar. En definitiva, planificar políticas públicas a corto, mediano y largo plazo con estrategias acordes a las necesidades de la población.
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Lo principal es reconocer el proceso y no “pelearse” con él. El cambio es inevitable, hay que aprovecharlo en lo que se pueda y adaptarnos en lo que sea necesario. Para eso se necesita darle visibilidad a estos temas, que suelen quedar relegados a un segundo plano por las demandas de coyuntura.
La respuesta no está en el cumplimiento de metas demográficas impuestas. La clave es construir resiliencia demográfica y centrarse en las personas: escuchar y responder a las necesidades reales de la población, no a objetivos demográficos; planificar de manera inclusiva y equitativa; garantizar los derechos sexuales y reproductivos para que todas las personas puedan tomar decisiones libres e informadas sobre su vida; abordar las dinámicas poblacionales de manera holística para mitigar los impactos negativos y aprovechar las oportunidades.
Fuentes: Rafael Rofman, investigador principal de CIPPEC y especialistas del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA).